Trump y el “Día de la Liberación”: aranceles y miseria para la clase trabajadora

Por Isabelino Montes

"En el día de hoy va a renacer la producción y la industrialización en Estados Unidos"

Así arrancó Trump su discurso en el espectáculo de un comerciante como él, que lo catalogó como el "Día de la Liberación".

Esto no es más que otra de sus mentiras, vendida como beneficio para la clase trabajadora con el respaldo de burócratas sindicales como Shawn Fain.

En la lógica del capital, lo que hace alcanzable la adquisición de medios de subsistencia para las mayorías trabajadoras es el salario. Colocar aranceles y desviar la producción hacia un país con costos más altos genera un conflicto entre los propios capitalistas. ¿Qué trabajador o trabajadora en Estados Unidos podrá adquirir medios de subsistencia ante el encarecimiento de productos? La ley de abaratamiento de los costos de producción es fundamental para el capital, y la administración Trump está jugando en contra de ella. Esto afecta directamente a ciertos sectores industriales y comerciales, pero en última instancia, toda la dinámica del sistema y, especialmente, a la clase trabajadora, que depende de su salario para subsistir.

La crisis radica en la coexistencia forzada del trabajo asalariado y el capital. Reinstalar un sistema industrial avanzado para revivir la economía estadounidense de los años 70, 80 y 90 implica conflictos entre ramas industriales capitalistas. Los industriales que han encontrado en la deslocalización un método de reducción de costos ahora se ven forzados a regresar. Los aranceles no solo encarecen la comercialización de sus productos, sino que también los obligan a relocalizar sus inversiones en EE.UU., lo que conlleva costos gigantescos en infraestructura, legislación y reestructuración de cadenas de proveedores. Para recuperar sus ganancias, se verán forzados a reducir los salarios, elevar los precios y aumentar la competencia.

Este intento de "reindustrialización" choca con un sistema de producción que ha estado en marcha por décadas. Reconfigurarlo sin considerar las leyes innatas del capital es una locura dentro de la propia lógica capitalista. Esta batalla política tiene costos para el pueblo trabajador, ya que las inversiones necesarias para la reubicación industrial se financiarán con fondos acumulados por el trabajo de la clase obrera, lo que justificará recortes gubernamentales en sectores esenciales.

La industria automotriz es clave en este proceso. General Motors trasladó parte de su producción a China y México en los 90, aprovechando el Tratado de Libre Comercio para producir vehículos y partes a menor costo. Chrysler ensambla sus camionetas RAM en México. En 2019, Tesla abrió su GigaFactory en Shanghái para evitar aranceles y reducir costos de producción de vehículos eléctricos. Ahora, Elon Musk impulsa aranceles porque no puede sobresalir en la competencia automotriz eléctrica.

Los mismos capitalistas que hoy buscan reinstalar la producción industrial en EE.UU. participaron en la expansión del capital financiero. Desde el siglo XX, la industria automotriz fusionó su desarrollo con el sector bancario. Henry Ford, entre 1908 y 1930, estableció relaciones con los bancos para financiar fábricas y ventas de automóviles. Para el 2000, la industria automotriz se había expandido globalmente con créditos de bancos estadounidenses en México, Puerto Rico, Japón y Europa. Este modelo permitió aumentar la rentabilidad y consolidar alianzas con Wall Street, emitiendo bonos para financiar su expansión.

Sin embargo, este endeudamiento descontrolado del sector financiero provocó la crisis de 2008-2009, que llevó al colapso de General Motors y Chrysler y devastó ciudades como Detroit. El gobierno rescató a Wall Street, garantizando la continuidad del modelo financiero-industrial. Hoy, la competencia entre capitalistas genera una guerra económica interna e internacional. Sectores como el acero y aluminio (U.S. Steel y Nucor) apoyan los aranceles para debilitar a China, mientras que empresas como Whirlpool los han respaldado en el pasado contra Samsung y LG. Sindicatos como el de Shawn Fain defienden los aranceles para proteger empleos y cuotas sindicales, alineándose con intereses capitalistas. Por otro lado, sectores financieros (JPMorgan Chase, Goldman Sachs), agrícolas y logísticos (FedEx, UPS, Ford) se oponen a estas medidas.

Los aranceles, en términos abstractos, refuerzan la explotación de la clase trabajadora, cuyo salario ya está condicionado por límites físicos y sociales. Reducir aún más su valor significaría un deterioro de las condiciones de vida en los barrios obreros de EE.UU. La administración Trump no busca rescatar la industria para el beneficio de la clase trabajadora, sino para salvar a un sector industrial incapaz de competir en el capital trasnacional.

Los trabajadores no debemos dejarnos engañar. Los aranceles no son para nuestro beneficio. A pesar de lo que digan burócratas como Shawn Fain, estamos atrapados en la explotación capitalista que republicanos y demócratas sostienen. Las concesiones dentro de la empresa privada no benefician a los trabajadores. La verdadera solución es exigir la nacionalización de la industria automotriz bajo control obrero.

Esta crisis fue provocada por los mismos que ahora dicen que la solucionarán con aranceles que elevarán el costo de vida de la clase obrera. A diferencia de China, donde el Estado planificó su aparato productivo, en EE.UU. los medios de producción ya existen y deben ser tomados por la clase trabajadora. En esta guerra económica entre EE.UU. y China, los trabajadores somos la carne de cañón. La solución pasa por la organización en comités obreros/as en cada centro de trabajo, para eliminar los aranceles y nacionalizar la industria automotriz en manos de la clase trabajadora, garantizando una producción basada en las necesidades sociales a nivel nacional e internacional.

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