Martinica en protesta: Levantamiento contra el colonialismo francés disfrazado

Por Bianca Morales

La lucha de Martinica es un grito por la autodeterminación caribeña. Solo la unidad combativa de la clase trabajadora liberará al Caribe del colonialismo. ¡Es hora de tomar las riendas del destino!

El Caribe continúa siendo escenario de una lucha implacable contra las políticas imperialistas que, lejos de extinguirse, se han adaptado a las formas del siglo XXI. Las ataduras coloniales han evolucionado, disfrazándose en acuerdos políticos y territoriales que, en su núcleo, mantienen el mismo objetivo de siempre: el dominio económico y político. Este es el telón de fondo de las crecientes protestas en Martinica, una isla que, aunque formalmente parte de Francia, sigue padeciendo las desigualdades y restricciones impuestas por el colonialismo moderno.

La indignación en las calles de Martinica ha sido avivada por el alto costo de la vida. Se denuncia que los alimentos en la isla son un 40% más caros que en la Francia continental, una diferencia que resuena como un eco del despojo colonial. La gente exige aumentos salariales, control de precios y, sobre todo, transparencia en la gran distribución, donde las élites económicas controlan el mercado. Pero el gobierno francés, en lugar de abrir el diálogo, responde con medidas represivas, aplicando toques de queda y prohibiendo las manifestaciones, evidenciando la fragilidad de su poder.

La situación colonial de Martinica no es única; comparte similitudes con territorios como Puerto Rico, donde se enmascara la verdadera naturaleza imperialista de los acuerdos territoriales con EE.UU.

Martinica es oficialmente un departamento y región de ultramar francés desde 1946, lo que implica que, aunque ubicada en el Caribe, sigue sujeta a las leyes y regulaciones de Francia. Bajo esta estructura, la isla ha logrado una autonomía limitada, especialmente desde la creación de la Collectivité Territoriale de Martinique (CTM) en 2010, que otorgó mayor control local sobre ciertos asuntos, pero no lo suficiente. Las decisiones clave, como defensa y relaciones exteriores, siguen estando bajo el puño de París.

A diferencia de Puerto Rico, Martinica tiene representación en el Parlamento francés, con diputados en la Asamblea Nacional y el Senado. Los martiniqueños votan en las elecciones nacionales, incluidas las presidenciales, pero ¿de qué sirve tener voz cuando no hay verdadera soberanía ni igualdad económica? A pesar de esta aparente "igualdad", las desigualdades económicas y sociales persisten, desmintiendo cualquier ilusión de paridad con la Francia metropolitana. El ejemplo de Martinica desvela la falacia de que la representación parlamentaria garantiza justicia social y económica; sigue siendo un territorio donde la autodeterminación real todavía está por alcanzarse.

El pueblo de Martinica lleva años enfrentándose a este sistema neocolonial. Movimientos nacionalistas y autonomistas han luchado por una mayor independencia política y cultural, cansados de un gobierno que los trata como una extensión exótica de la metrópoli. Hoy, las calles de Fort-de-France y Le Lamentin son el escenario de un pueblo que exige mejores condiciones de vida, que exige respeto. Las protestas, lideradas por la Agrupación por la Protección de los Pueblos y Recursos Afrocaribeños (RPPRAC), los sindicatos CGTM y CDMT, y figuras como Rodrigue Petitot, ejercen presión al statu quo.

El gobierno francés, con Jean-Christophe Bouvier al frente y la Gendarmería actuando como guardián de los intereses de los capitalistas, se aferra a su control. Los grandes grupos minoristas, como el Grupo Bernard Hayot, son los verdaderos beneficiarios de este sistema colonial disfrazado, inflando los precios de los alimentos y productos esenciales para maximizar sus ganancias a expensas de la gente. Estas familias empresariales, con profundas raíces en la historia de explotación colonial, perpetúan un ciclo de pobreza y dependencia en la isla.

Las manifestaciones no han sido pacíficas. Los bloqueos, incendios de vehículos, saqueos y huelgas reflejan la rabia acumulada de un pueblo harto de vivir bajo la sombra de la explotación. En respuesta, el gobierno ha endurecido su postura, enviando refuerzos de seguridad y aplicando un toque de queda nocturno, mientras las huelgas, como la convocada el 30 de septiembre, continúan movilizando a las masas.

El caso de Martinica guarda paralelismos inquietantes con Puerto Rico, donde las elités criollas también se han beneficiado de la situación colonial. Familias como los Fonalleda, Valdés, Carrión, y Ferre Rangel, dominan el comercio y la economía puertorriqueña, apoyando a partidos que refuerzan los lazos coloniales. En Martinica, es el Grupo Bernard Hayot quien desempeña ese mismo papel, erigiéndose como un pilar de la burguesía que se nutre de la miseria ajena.

Para Puerto Rico, Martinica debería servir de advertencia. Los acuerdos políticos que mantengan cualquier vínculo con el colonialismo no traerán una verdadera mejora económica o política. Es vital que las fuerzas políticas alternativas, como la Alianza entre el PIP y el MVC, comprendan que no se trata solo de administrar la colonia; se trata de romper con ella. Cualquier plan de desarrollo económico que no enfrente de frente el tema del estatus colonial está destinado al fracaso. La autodeterminación no es solo una palabra, es la única vía para planificar una economía basada en las necesidades del pueblo.

En este sentido, la lucha de Martinica resuena más allá de sus costas. La autodeterminación caribeña, la construcción de una unidad antillana de trabajadores y trabajadoras, es la única salida para escapar del yugo colonial. Es hora de que los pueblos del Caribe tomen las riendas de su propio destino, y Martinica, con su coraje y resistencia, se levanta como un faro de lo que significa luchar por la dignidad y la soberanía.

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