Líderes y seguidores del bipartidismo estadounidense y su mensaje para Puerto Rico: promesas y burlas
Por Isabelino Montes
Las campañas electorales en Puerto Rico y Estados Unidos exponen cada vez con mayor crudeza sus contradicciones. En Puerto Rico, un territorio bajo el dominio estadounidense que muchos llaman colonia, el enfoque gira en torno a un movimiento para derrocar el bipartidismo local representado por el PNP y el PPD, cuyas administraciones se han visto manchadas por el estancamiento económico, la corrupción y el deterioro de la calidad de vida. Lo que hoy ocurre en la isla tiene un carácter histórico, el agotamiento de las viejas estructuras ha llevado a nuevas alianzas políticas que prometen ser un respiro en las elecciones de noviembre.
Al otro lado, en Estados Unidos, la situación es más desoladora aún para las masas trabajadoras, atrapadas sin alternativa en un sistema bipartidista inamovible. Desde la independencia de Inglaterra, el país ha sido gobernado por la burguesía, y el bipartidismo —controlado por millonarios— no deja espacio para alternativas reales. Sin embargo, ese mismo bipartidismo estadounidense impone su control en Puerto Rico. ¿Qué significa, entonces, acabar con el bipartidismo en la isla sin romper el yugo que representa el bipartidismo en Estados Unidos?
Este fin de semana, la política en Puerto Rico fue sacudida por dos mensajes de figuras clave de las campañas de ambos partidos estadounidenses. En primer lugar, un mensaje de Kamala Harris, vicepresidenta y figura prominente del Partido Demócrata, fue recibido con entusiasmo en ciertos sectores de Puerto Rico. Su promesa: mayores inversiones para la isla, un compromiso que, aunque para muchos parezca una novedad, carga con el lastre de promesas incumplidas y una larga historia de control colonial disfrazado de “ayuda”.
En su declaración, Harris aseguró que formará un Grupo de Trabajo sobre la Economía de Oportunidades para Puerto Rico, en colaboración con el sector privado, organizaciones sin fines de lucro y líderes comunitarios, prometiendo “crear miles de empleos bien remunerados” y mejorar la red eléctrica de la isla, un sistema que lleva años de colapso progresivo. Sin embargo, su mensaje se queda corto en reconocer que fue su propio partido, bajo la presidencia de Barack Obama, quien en 2016 impuso la Ley PROMESA y la Junta de Supervisión Fiscal, entidad que hasta hoy asfixia las finanzas de Puerto Rico y retiene los fondos necesarios para su recuperación.
La retórica de Harris apunta a lo mismo: presentar promesas de inversión y mejoras en infraestructura mientras ignora su papel y el de su partido en la crisis que hoy enfrenta Puerto Rico. Sus críticas a Donald Trump, quien desatendió a la isla tras el huracán María, parecen resonar en algunos sectores puertorriqueños, pero omiten el hecho de que su partido también abandonó la isla cuando más lo necesitaba, firmando políticas de austeridad que desangran los recursos del país.
Por otro lado, Harris, identificada como una de las favoritas de Wall Street, dejó ambiguo el asunto de los impuestos en su discurso. Tanto ella como Trump han impulsado políticas de reducción de impuestos corporativos, beneficiando a las grandes empresas y al sector financiero estadounidense. Un ejemplo claro de esta similitud entre demócratas y republicanos se dio en 2017, cuando bajo la administración de Trump, en un acuerdo bipartidista, se redujo la tasa impositiva corporativa de 35% a 21%. Esta medida fue defendida por ambos partidos como un incentivo para que las multinacionales repatriaran sus capitales. Sin embargo, en lugar de reinvertir esos fondos en la creación de empleos y en mejoras sociales, la mayoría de las empresas utilizaron los beneficios para recomprar acciones, inflando los precios y generando mayores dividendos para Wall Street, mientras Puerto Rico pagaba el costo con una pérdida de ingresos esenciales.
Este tipo de políticas no son aisladas: cada inversión estadounidense en el extranjero debe pasar por el filtro de Wall Street, y ambos partidos aseguran que así sea. La reducción de impuestos corporativos, promovida como un “estímulo” económico, no hizo más que aumentar la dependencia de Puerto Rico a los flujos financieros internacionales y someterlo a los intereses del capital estadounidense, sin beneficio real para las comunidades locales. Es este tipo de política el que ha convertido a Puerto Rico en un paraíso fiscal controlado, donde el endeudamiento y las promesas de inversión solo sirven para perpetuar la subordinación económica y política.
Si bien Harris intenta desmarcarse de Trump en su discurso, ambos partidos son reflejo de los mismos intereses corporativos y financieros que controlan Estados Unidos. Mientras Harris puede criticar a Trump por haber abandonado a Puerto Rico, la realidad es que tanto demócratas como republicanos representan los mismos polos capitalistas y comparten una complicidad en el abandono y explotación de la isla.
Mientras tanto, el segundo golpe de la semana llegó en el tono de una burla cruda y sin filtro, esta vez desde el bando republicano. En un evento de Donald Trump, el comediante Tony Hinchcliffe lanzó una serie de comentarios racistas y despectivos, refiriéndose a Puerto Rico como “una isla de basura en medio del océano” y sumando chistes de mal gusto sobre los latinos, los votantes negros y el conflicto en el Medio Oriente. Su discurso destila una supremacía blanca burguesa que es solo una muestra de la visión con que la ultraderecha percibe a los puertorriqueños y a las comunidades latinas en general. A pesar de que estos ataques puedan parecer triviales, son sintomáticos de una mentalidad que niega la humanidad y los derechos de quienes viven bajo el poder estadounidense.
Estos son los dos escenarios con los que la clase trabajadora puertorriqueña debe lidiar. Ambos están enraizados en el bipartidismo, un sistema que no deja espacio para la emancipación ni para alternativas reales. ¿Es posible emanciparse del bipartidismo en Puerto Rico sin emanciparse del bipartidismo estadounidense? Mientras figuras como Kamala Harris reciben el respaldo de sectores bipartidistas en Puerto Rico, Trump sigue siendo el favorito de figuras como Jennifer González, candidata a la gobernación.
Para enfrentarse a esta maquinaria bipartidista capitalista, es inminente que los trabajadores y trabajadoras de Puerto Rico formen comités políticos y construyan alianzas con los movimientos obreros de Estados Unidos y del Caribe. La creación de un programa político internacionalista se presenta como la única salida para desafiar y destruir el bipartidismo que limita nuestro derecho a elegir verdaderos representantes del pueblo. Porque sin organización ni unidad, seguiremos votando cada cuatro años por líderes burgueses y agentes de Wall Street, quienes jamás representarán los intereses de la clase trabajadora.