Huelga portuaria expone el verdadero rostro antiobrero del bipartidismo con la ley Taft-Hartley en EEUU
Por Isabelino Montes
La histórica huelga de los estibadores de la costa este de los Estados Unidos dio inicio y no solo amenaza con sacudir la economía, sino también ha desenmascarado el carácter profundamente antiobrero de las leyes laborales en el país, en particular la ley Taft-Hartley. Esta ley, impulsada por el bipartidismo de Estados Unidos, es una herramienta que el capital utiliza para frenar el poder de los/as trabajadores/as, especialmente cuando se enfrentan a un levantamiento organizado como el que hoy protagonizan más de 80,000 estibadores.
La Ley de Relaciones Laborales de 1947, conocida comúnmente como Taft-Hartley, fue creada en un contexto de creciente poder sindical tras la Segunda Guerra Mundial. Desde su promulgación, ha servido como un freno eficaz a la lucha obrera, restringiendo las huelgas y limitando severamente la capacidad de los sindicatos para coordinar acciones de solidaridad. Al prohibir las huelgas de apoyo y los cierres secundarios, debilitó la fuerza colectiva de los trabajadores al aislarlos en sus batallas individuales.
En Puerto Rico, las repercusiones de esta ley se sintieron profundamente. Las llamadas leyes de "derecho al trabajo", nacidas del marco legislativo de Taft-Hartley, permitieron que los trabajadores evitaran la afiliación sindical, debilitando financieramente a los sindicatos y erosionando su capacidad de organización. Esto fue un golpe directo a la lucha de la clase trabajadora en la isla, la cual, al igual que en Estados Unidos, ha estado bajo constante ataque por parte de la burguesía.
Pero Taft-Hartley no solo frenó la acción sindical; también sirvió como una herramienta de persecución política. La exigencia de un juramento anticomunista por parte de los líderes sindicales no solo buscaba limitar la influencia del comunismo, sino también dividir el movimiento obrero y criminalizar ideologías que buscaban transformar el sistema económico. Esto fragmentó aún más a los trabajadores, debilitando su capacidad de presentar una resistencia unida contra el capital.
Hoy, en medio de la huelga portuaria, la clase trabajadora enfrenta nuevamente la amenaza de esta ley. La disposición que permite al presidente de los EE. UU. intervenir en huelgas que se consideren peligrosas para la seguridad nacional está sobre la mesa. El mandato de un "enfriamiento" de 80 días durante el cual los trabajadores deben regresar a sus puestos mientras continúan las negociaciones, es una espada enterrada a los trabajadores para aniquilar sus huelgas. Si bien la Casa Blanca, bajo la administración de Biden, ha declarado que por ahora no aplicará esta ley, los trabajadores saben que no deben confiar en promesas vacías.
El presidente Biden busca proyectarse como un defensor de la clase obrera, pero su historial y el del Partido Demócrata cuentan otra historia. La burocracia sindical, estrechamente vinculada al partido, ha demostrado una y otra vez que sus intereses están alineados con el capital. Si Biden decidiera aplicar la Taft-Hartley, no solo traicionaría a los trabajadores, sino que también su partido podría perder las próximas elecciones, dado el impacto que tendría una intervención directa contra una huelga de tal magnitud.
La amenaza que representa esta huelga va mucho más allá de las pérdidas económicas inmediatas, estimadas en $3.78 mil millones en solo una semana de huelga. Lo que realmente aterroriza a los capitalistas es la creciente solidaridad entre los sindicatos, como lo demostró el apoyo declarado de los Teamsters a los trabajadores de la Lonshoreman's Association. Esta unidad podría encender una chispa que traspase fronteras, revelando las profundas contradicciones de un sistema que favorece al capital por encima de los derechos de los trabajadores.
Independientemente del desenlace de esta huelga, los trabajadores han expuesto la verdadera naturaleza de la democracia burguesa en Estados Unidos. Una democracia que, bajo el disfraz de elecciones bipartidistas, continúa restringiendo los intentos de la clase trabajadora por alcanzar una vida digna. Esta lucha abre la puerta no solo al rechazo de ambos partidos políticos, sino también a una mayor unidad internacional de los/as trabajadores/as, quienes deben elevar sus demandas y acciones para enfrentar colectivamente a los capitalistas y sus representantes.
Esta huelga es más que un simple enfrentamiento laboral; es un grito de alerta para todos aquellos que aún creen en las promesas de una democracia que, en su esencia, está diseñada para mantener el control en manos de la clase rica. Es hora de que los trabajadores, en Estados Unidos, Puerto Rico y más allá, tomen el ejemplo de esta huelga y lo conviertan en un movimiento global para desafiar las injusticias del capital y construir un futuro donde las leyes no sirvan para oprimir, sino para liberar a las masas obreras.