EE. UU. no podrá alcanzar a China en el mercado de la tecnología: la carrera imperialista y la explotación obrera
Por Isabelino Montes
Los economistas del imperialismo estadounidense se niegan a ver la crisis que enfrenta EE. UU. en la competencia global por el control de la producción de mercancías. Su visión estática del capitalismo los hace incapaces de comprender la dinámica del desarrollo industrial y el ascenso de otros bloques imperialistas. En este escenario, China ha tomado ventaja, consolidando su poder en la manufactura y la tecnología, dejando a EE. UU. en una posición de desventaja difícil de revertir.
Ambos partidos políticos en EE. UU., representantes directos de los capitalistas, han encontrado en la guerra económica contra China la vía para intentar sostener su hegemonía. La administración de Trump, en su regreso al poder, tiene este objetivo como prioridad, pero enfrenta obstáculos constitucionales que limitan su capacidad de acción. Sin embargo, con el respaldo de magnates como Elon Musk, buscan mecanismos para evadir estas restricciones y posicionar a EE. UU. en la competencia tecnológica global.
Bajo esta estrategia, intentan avanzar en la entrega de subsidios a empresas privadas del sector tecnológico, imponer restricciones más severas a las importaciones chinas y redirigir fondos federales hacia el desarrollo de semiconductores e inteligencia artificial, todo esto sin aprobación del Congreso ni revisión judicial. En este movimiento, el sector financiero y la élite capitalista no se oponen, pues el objetivo final es el mismo: mantener el control sobre la riqueza global.
La clave del poder tecnológico: la explotación de la fuerza de trabajo
Lo que impide que EE. UU. alcance a China no es la falta de inversión o tecnología, sino la diferencia abismal en el costo y la cantidad de su fuerza de trabajo. La ventaja china radica en la explotación masiva de su clase obrera bajo condiciones más rentables para la acumulación capitalista.
En 2020, el valor agregado de la manufactura en China fue de 3.8 billones de dólares, representando el 28 % de la producción manufacturera global, mientras que EE. UU. apenas alcanzó 2.3 billones de dólares, representando un 16 % del total. En exportaciones, China supera a EE. UU. en más de un 70 %.
China cuenta con aproximadamente 200 millones de trabajadores en el sector manufacturero, lo que equivale al 25 % de su fuerza laboral total. En contraste, EE. UU. tiene 12 millones de trabajadores en el mismo sector, representando menos del 10 % de su población trabajadora.
Las diferencias salariales también explican la ventaja china dentro de la lógica capitalista: el salario promedio mensual en China es de 1,000 dólares, mientras que en EE. UU. ronda los 3,500 dólares.
La automatización tampoco ha frenado el crecimiento de China. En 2021, el país asiático contaba con el mayor mercado de robots industriales del mundo, con 943,000 robots instalados en fábricas, en comparación con los 310,000 de EE. UU.
Estos datos reflejan una realidad innegable: China domina el sector productivo porque posee una mayor fuerza de trabajo y a un costo más bajo. Esta es la base material de su crecimiento industrial y tecnológico.
El giro financiero de EE. UU.: de la producción al especulativo capitalismo de Wall Street
El declive industrial de EE. UU. comenzó tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el país se consolidó como la principal potencia industrial global y logró imponer el dólar como moneda de referencia en el comercio internacional. Sin embargo, en la década de 1970, la burguesía estadounidense priorizó el sector financiero sobre el productivo, expandiendo la especulación en Wall Street y promoviendo la desindustrialización.
En los años 80, bajo la administración de Reagan, la desregulación financiera y la reducción de impuestos a los más ricos incentivaron el crecimiento del capital especulativo. Para los años 90, China, en plena transición de una economía agrícola a una industrial, ofreció condiciones óptimas de explotación para las empresas estadounidenses, consolidando su papel como fábrica del mundo.
A diferencia de EE. UU., donde la economía está dominada por la especulación financiera, China ha seguido un modelo de desarrollo productivo con intervención estatal. Aunque China opera bajo un sistema capitalista con un Partido Comunista en el poder, su modelo ha permitido una concentración de la producción que ha desplazado a EE. UU. como potencia manufacturera.
La nueva colonización: el Caribe y otras regiones en la mira
Reducir el valor de la fuerza de trabajo dentro de EE. UU. es una tarea difícil, pues la resistencia obrera podría ser un obstáculo. Por eso, la administración de Trump ha puesto su mirada en territorios como Puerto Rico, el Caribe y zonas devastadas por la guerra, como Palestina, donde la explotación de recursos y la precarización laboral pueden garantizar las condiciones que el capital estadounidense busca para competir con China.
Puerto Rico, como colonia de EE. UU., es un blanco estratégico en esta fase de recolonización. La explotación de tierras raras y otros recursos esenciales para la industria tecnológica es parte del plan imperialista para sostener su hegemonía. Esta ofensiva capitalista amenaza con profundizar aún más la miseria en los territorios más pobres, sometiéndolos a una nueva era de saqueo económico.
La clase trabajadora frente a la guerra imperialista
La clase trabajadora en EE. UU. enfrenta un escenario de intensificación de la explotación. La automatización, la deslocalización y la eliminación de derechos laborales están diseñadas para la reproducción de capital, aumentar la competencia entre obreros y debilitarlos como fuerza organizada. Los capitalistas, conscientes de que estas medidas generarán resistencia, han trabajado durante décadas para desmantelar beneficios sociales y reducir la capacidad de organización de los trabajadores.
El Estado ya prepara su aparato represivo para contener cualquier levantamiento obrero que se oponga a este proceso. Trump no es un tonto, como el Partido Demócrata intenta hacerlo ver. Es un capitalista con amplia experiencia en el comercio y sabe cómo manipular a la clase trabajadora para que apoye medidas que en última instancia la destruyen. Su estrategia ha sido clara: enfrentar a los trabajadores y trabajadoras entre sí y hacer que justifiquen su propia explotación en nombre de la supremacía económica de EE. UU.
Organización o extinción: el reto de la clase obrera
Los trabajadores y trabajadoras de EE. UU. no pueden seguir confiando en el bipartidismo burgués de demócratas y republicanos. Ambos partidos representan los intereses del capital y están comprometidos con la explotación de la clase obrera para sostener el dominio imperialista.
Frente a este escenario, la única salida es la organización política independiente de la clase trabajadora. La creación de comités de trabajadores a nivel nacional e internacional es una necesidad urgente. Estos deben convertirse en órganos de resistencia y lucha contra la ofensiva capitalista que amenaza con llevar a la humanidad a una nueva etapa de saqueo y miseria.
El tiempo de confiar en los líderes del capital ha terminado. Ha llegado la hora de organizarnos políticamente para acabar con la dictadura del capital y construir un mundo sin explotación.