De Puerto Rico al mundo: cómo el capitalismo vacía nuestras comunidades

Por Isabelino Montes

En Puerto Rico, el éxodo de su población no es un fenómeno nuevo. Es una consecuencia directa de su condición colonial y del capitalismo que rige el destino de su economía y su gente. Lo que hoy vemos, con un país vaciándose ante nuestros ojos, es el resultado de más de un siglo de dominación imperialista de Estados Unidos, que ha moldeado las corrientes migratorias al compás de sus intereses económicos y de la lucha de clases global.

Desarraigo en Puerto Rico: parte de una maquinaria imperialista

Bajo el régimen colonial estadounidense, miles de trabajadores agrícolas fueron desplazados durante el siglo XX por la expansión de la agroindustria, dominada por empresas como la United Fruit Company. Posteriormente, la industrialización con “Operación Manos a la Obra” trajo la destrucción de empleos agrícolas sin generar suficientes oportunidades en las fábricas. La eliminación de la Sección 936 en 1996 y la crisis que le siguió provocaron un colapso económico que empujó a miles de puertorriqueños a emigrar hacia ciudades como Nueva York, Chicago, Florida y Texas.

Pero esto no es exclusivo de Puerto Rico. Estados Unidos ha aplicado la misma lógica imperialista en otros territorios que ha controlado:

Filipinas: Durante la ocupación estadounidense (1898-1946), comunidades enteras fueron desplazadas por proyectos de infraestructura y políticas de explotación económica.

Islas Marshall: Desde 1946 hasta 1958, EE. UU. desplazó a poblaciones completas de atolones como Bikini y Enewetak para realizar pruebas nucleares, dejándolas en terrenos inhóspitos y contaminados por radiación.

Incluso dentro de sus propias fronteras, el capitalismo estadounidense ha generado despojo y desplazamiento. Un ejemplo clave es el Sendero de Lágrimas (Trail of Tears), donde el gobierno de EE. UU. expulsó a más de 60,000 indígenas de sus tierras ancestrales en el siglo XIX, resultando en miles de muertes por hambre y enfermedades. Este patrón de despojo no terminó ahí: los pueblos originarios fueron confinados a reservas aisladas, en terrenos sin recursos ni oportunidades económicas.

Una lógica global de explotación

El desarraigo y la migración forzada son síntomas de un problema mayor: la avaricia capitalista por la apropiación de tierras y recursos. Desde el apartheid en Sudáfrica hasta la Nakba palestina, los desplazamientos masivos han servido al mismo propósito: acumular riquezas para la burguesía en detrimento de los pueblos trabajadores.

El caso de los kikuyus en Kenia bajo el dominio británico es otro ejemplo. Durante la Rebelión Mau Mau (1952-1960), miles fueron expulsados de sus tierras y confinados en campos de concentración o áreas marginales. Así también, los países imperialistas han saqueado regiones enteras, dejando un vacío en comunidades que se ven obligadas a buscar sustento en los mismos lugares que las despojaron.

En Puerto Rico, el dominio imperialista ha seguido esta misma lógica. La deuda pública, las políticas de austeridad bajo la Ley PROMESA y la devastación causada por huracanes como María en 2017 han acelerado la migración, llevando a más de 300,000 personas a abandonar la isla entre 2010 y 2020.

La migración como mercancía

El capitalismo convierte a los trabajadores en mercancías, obligándolos a buscar donde vender su fuerza de trabajo. Este sistema genera desigualdades desgarradoras entre países ricos y pobres. Los más de 11 millones de inmigrantes en Estados Unidos, documentados o no, son prueba de cómo la economía capitalista desarraiga a las personas de sus hogares, mientras perpetúa la explotación laboral en sus nuevos destinos.

Organización política de la clase trabajadora

Frente a esta realidad, es urgente construir alternativas. En Puerto Rico, la formación de comités de trabajadores y barrios podría ser un ejemplo internacional de cómo las mayorías trabajadoras pueden planificar la economía para satisfacer sus necesidades, en lugar de las de los capitalistas.

Estos comités deben establecer lazos internacionales con trabajadores, incluso en Estados Unidos, para transformar la migración en una colaboración laboral voluntaria en donde haga falta, y no en una obligación dictada por la pobreza. Solo así se podrá garantizar una economía global que provea empleo digno en cada país y permita a las personas decidir libremente su lugar de residencia.

El éxodo de Puerto Rico no es inevitable. Es el producto de un sistema que debe ser transformado. La lucha de los trabajadores/as puertorriqueños puede ser el inicio de un movimiento global para construir una sociedad que priorice la vida y la dignidad humana sobre la acumulación de capital.

Previous
Previous

Legalización de la Destrucción Ambiental y Protección a los Desplazadores: La Primera Orden del Gabinete de Jennifer González

Next
Next

Eliezer Molina prevalece ante la mafia bipartidista