Trump y Bukele: totalitarismo carcelario como política de Estado
Por Bianca Morales
No hay discusión cuando se trata del derecho a la paz y la tranquilidad que merece la sociedad. Mucho menos cuando se trata de quienes todo lo producimos: la clase trabajadora. Con nuestro trabajo creamos las riquezas del mundo, y sin embargo, vivimos acosados por la inseguridad, la miseria y el miedo. En lugar de garantizar condiciones dignas de vida, el capitalismo en su fase de decadencia ha convertido hasta la represión en una industria. Hoy, uno de sus más rentables negocios es el sistema penitenciario.
La cárcel se vuelve una inversión, un centro de producción forzada, un campo de concentración moderno que canaliza el malestar social hacia la exclusión, el castigo y la explotación laboral.
En esté contexto entra Nayib Bukele, presidente del El Salvador, como un “salvador” admirado internacionalmente por su mano dura contra la criminalidad. Pero detrás de esa figura de orden, lo que se esconde es la consolidación de un Estado represivo que convierte a la miseria en delito y a la juventud pobre en fuerza de trabajo esclavizada.
El régimen de excepción que Bukele ha implementado no solo ha reducido los índices delictivos; también ha llenado las cárceles de inocentes. Organizaciones como el Socorro Jurídico Humanitario calculan que entre 20,000 y 30,000 personas sin vínculo comprobado con pandillas han sido detenidas. El propio gobierno ha reconocido que más de 8,000 de ellas fueron encarceladas injustamente. ¿Es esto justicia? ¿No es acaso lo que la burguesía imperialista lleva años criticando en los países que considera enemigos?
Y sin embargo, Trump recibe a Bukele con honores en la Casa Blanca. Dos fascistas, uno con su historia de crímenes de Estado, el otro al frente de un país convertido en prisión. ¿De qué hablaron? De negocios. Porque lo que une a estos verdugos no es el discurso del orden, sino el cálculo económico que representa el control social como empresa. Bukele le ofrece a Estados Unidos una cárcel de bajo costo: el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), construido con $115 millones y capacidad para 40,000 presos. Una fábrica moderna de esclavitud.
Trump, quien quiere reducir costos carcelarios en EE. UU., ve una oportunidad. Allá, mantener a un preso cuesta entre $30,000 y $60,000 al año. Bukele ofrece su servicio a $20,000. El plan es sencillo: externalizar el castigo. Ya han comenzado con inmigrantes, y lo que sigue es abrir el CECOT a empresas privadas estadounidenses que puedan sacar ventaja del “Plan Cero Ocio” salvadoreño, es decir, trabajo forzado de presos no remunerado. Una nueva maquila, un nuevo Guantánamo, disfrazado de orden.
Bukele, formado en las filas del FMLN y proveniente de una familia empresarial nacionalista, ha mutado en su versión más autoritaria. Se presenta como el “outsider” que combate partidos, pero no hace más que reforzar el rol del Estado como administrador del capital. Con dinero público se construyen cárceles; con cuerpos pobres se llenan; y con contratos privados se reparten las ganancias. Así funciona el negocio.
Mientras tanto, la izquierda burguesa repite su mantra electoral, esperando “la próxima oportunidad”. Pero el fascismo no espera. Se afianza donde la clase trabajadora no está organizada. Y el vacío de un proyecto político revolucionario permite que el miedo sea utilizado por estos monstruos para gobernar con puño de hierro. Fascistas como Trump, Bukele o Milei llenan el escenario donde los/as trabajadores/as no tenemos herramientas propias de defensa ni alternativa de poder real.
La ONU, creada en 1945 para evitar otro genocidio como el nazi, no ha podido frenar ni el genocidio en Palestina ni la masacre judicial en El Salvador. Es un cascarón vacío, subordinado al capital. Como antes lo fue la Sociedad de Naciones. Las instituciones políticas internacionales, supuestamente que aseguran los derechos humanos, hoy callan ante miles de inocentes encerrados, torturados y forzados a trabajar.
El colapso del sistema capitalista ya no es amenaza futura, es presente sangriento. La tecnología avanza, pero no para liberar al ser humano, sino para abaratar la producción y controlar con mayor eficiencia. El orden democrático burgués ha caducado. Y sólo la clase trabajadora, organizada en comités de trabajadores/as, puede levantar una nueva democracia, una que no funcione al servicio de verdugos, sino al de las mayorías.
¡Por organismos políticos internacionales en manos de la clase trabajadora!
¡Por la excarcelación inmediata de todos los inocentes en las cárceles del Salvador!
¡Contra el negocio de la represión, poder obrero/a!